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TIEMPO RECOBRADO|PEDRO G. CUARTANGO

Si por azar cruzas el Pont des Arts...

TAMBIEN YO como Oliveira, el personaje de Cortázar, solía caminar por el Quai de Conti y me quedaba un buen rato agarrado al pasamanos de hierro del Pont des Arts, sintiendo la fría humedad del Sena. Una noche, absorto en los destellos del río, alguien me tocó suavemente en el hombro y me pidió un billete de diez francos.Era Madame Ostrovsky.

No sé qué me impulsó a darle el dinero sin hacer ninguna pregunta.Era una vieja elegante, de pelo blanco, vestida de negro y con fuerte acento extranjero. Me dijo que podría encontrarla en la Librería Polaca, en una calle muy cercana a la plaza de Saint Sulpice.

Pasaron los días y me olvidé del encuentro hasta que una tarde de primavera en la que había estado paseando por los Jardines de Luxemburgo topé con aquella calle, situada junto a un mercado.Allí estaba Madame Ostrovsky, sentada en una mesa camilla, echando unas cartas.

Entré en la librería y ella hizo un visible gesto de reconocimiento.Me dijo que estaba esperando mi visita. Sin decirme nada más, me hizo poner la mano sobre el mazo de naipes y empezó a colocar unas extrañas cartas sobre la mesa. Se quedó pensativa durante unos segundos mirando las figuras y luego me dijo: «Sólo nos veremos una vez más y será la última».

Nos quedamos charlando unos minutos. Me contó que era judía, que se había exiliado de Polonia en 1939 y que su familia era originaria de la región de Lublin. Sus tíos y sus primos habían muerto en Auschwitz. La librería era propiedad de unos viejos amigos de la familia.

Durante semanas eludí deliberadamente pasar por el establecimiento y toparme con Madame Ostrovsky. Una noche de finales de junio en la que me encontraba muy triste, subí por la rue Bonaparte hacia el Sena. De un garito salía la música de Charlie Parker.Me detuve un largo rato en el Pont des Arts, mirando los reflejos de las farolas en el agua. Sentí que me tocaban el hombro. Era Madame Ostrovsky, que me dedicó una amable sonrisa. Me preguntó cómo estaba y me devolvió los diez francos. «No me olvides», dijo al marcharse.

Aquel verano París estaba desierto. Merckx volvió a ganar el Tour. A un julio asfixiante, sucedió un agosto en el que por las noches emergía una fresca brisa que aliviaba los cuerpos y las almas. Llegó septiembre y recibí un telegrama que me instaba a volver a Madrid.

La última tarde, antes de dirigirme a la estación de Austerlitz, me armé de valor y decidí despedirme de Madame Ostrovsky. Entré en la librería y pregunté por ella a un hombre de mediana edad.Me respondió que había muerto atropellada por un coche en el Boulevard Raspail hacía tres semanas y que había sido enterrada en el cementerio de Montparnasse.

Diez años después, en 1984, fui a su tumba y deposité en ella un ramo de rosas rojas y blancas, los colores de su amada Polonia.

Pedro G Cuartango

1955, Miranda de Ebro (Burgos)

Responsable de la sección de Opinión y editorialista de EL MUNDO

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